María Chico Dámaso, hija de Agustín y de Ana, nació en Cehegín el día 22 de septiembre de 1918, aunque siendo muy pequeña fue llevada a Bullas, porque a su padre le arrendaron la finca llamada de La Relosa que pertenece a la zona de Mula.
De niña, apenas con 11 -12 años ya asumía responsabilidades de mujer en la casa de campo: cocina, limpieza, lavandería en el río de Mula (andando ida y vuelta ayudada por la burra), amasando de 20 a 22 panes, preparar horno y en ratos libres y por la circunstancia de la guerra civil, ayudaba en los trabajos del campo,…).
Apenas tuvo estudios, tan solo los que le proporcionaba un maestro ambulante, El Rana, que lo hacía por la comida. No obtuvo títulos académicos, pero sí consiguió un doctorado muy sudado, el de una mujer trabajadora:
“Una mujer hacendosa… vale mucho más que las perlas. Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. Le saca gusto a su tarea. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Está vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana” (Proverbios, 31, 10-31).
Contrajo matrimonio con Salvador Soler García (1914-1994) el día 29 de noviembre de 1940 en la iglesia parroquial de Ntra. Sra. del Rosario de Bullas y de cuyo matrimonio nacieron tres hijos: José, Agustín y Salvador.
Fue orgullo de su marido y para sus hijos. Fue la madre fuerte y con carácter, no exento de ternura y de amor por los suyos. Su estilo y forma de ser la hizo tomar muy pronto las riendas del hogar, con soltura, iniciativa, capacidad de lucha y sufrimiento, pero siempre con el visto bueno de su esposo, al que nos remitía siempre como principio de autoridad y por respeto a la figura paterna.
Fue probada y curtida en el dolor. Primero la enfermedad y muerte de mi padre y más tarde su propio dolor: Sufrió un grave accidente de tráfico en febrero de 1998. Fue atropellada por un vehículo al cruzar un paso de cebra, que le supuso estar más de seis meses en el hospital. Una gran prueba tanto para ella como para nosotros sus hijos y familia. Aunque aquel accidente le dejó secuelas físicas, fue saliendo poco a poco y recuperando movilidad. Recuerdo sus primeros pasos como el niño que aprende a caminar y que nos supuso una gran alegría. A este hecho tan grave le sumamos sus diferentes caídas, operaciones de cadera, fractura de codo,… (Yo le comentaba que no se parecía a Jesús, cuándo se decía de El “No le romperán un hueso”, pero sí se le parecía en sus diferentes caídas y en su dolor. Sí era un Jesús sufriente).
Su carácter autónomo e independiente se fue perdiendo y tenía que experimentar la pobreza de la dependencia. Aunque siempre siguió siendo una luchadora de raza, obstinada, fuerte, testaruda,…Ya en junio de 2011 tuvo que ceder el espacio de la cocina que era su lugar más sagrado y con ello dejar de cocinar. Fue una gran cocinera. Esto le supuso otro dolor porque ya perdía su protagonismo e iniciativa, aunque con su mente seguía cocinando y preparando platos.
Era muy fiel a sus principios, muy leal, honesta, de gran corazón en donde no existía la envidia (ya al final cuando era más dependiente y nos encontrábamos en el paseo de la playa, me comentaba:
Nunca he sido envidiosa, pero ahora tengo envidia de la gente que veo correr, andar, saltar,…, con esas piernas tan fuertes y hermosas).
Su enfermedad ha permitido a la familia sacar lo mejor de nosotros mismos, nos ha unido mucho más. Nos ha puesto en nuestro lugar y hacer una radiografía hasta qué punto hemos sido generosos, pacientes, serviciales, sacrificados, abnegados, cariñosos,…
No es fácil disponer de tu tiempo y conciliar tu vida personal y laboral, cuando surge una situación extraordinaria, cuando la enfermedad, la dependencia la tenemos junto a nosotros, en casa. La familia no hemos hecho nada especial, solo hemos cumplido con nuestro deber. Muchos de vosotros también habéis vivido o vivís esta experiencia.
Por tanto, mi reconocimiento y respeto para tantas personas de la familia; personal doméstico y sanitario que cuidan y atienden con paciencia y amor a los mayores y enfermos o cuidan la fragilidad como dice el papa Francisco: “Es indispensable prestar atención para estar cerca de nuevas formas de pobreza y fragilidad donde estamos llamados a reconocer a Cristo sufriente; aunque eso no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos: los sin techo, los toxicodependientes, los refugiados, los pueblos indígenas, los ancianos cada vez más solo y abandonados…” (La alegría del Evangelio 210).
¡Qué gran servicio y obra que ahora valoro más, la de los familiares y personal doméstico, sanitario que están y acompañan a los enfermos crónicos.”La paciencia todo lo alcanza”, es verdad, pero ¡hay que estar ahí¡.
Hemos tenido el honor y la gracia de cuidarla en su entorno familiar. Ella, junto a nuestro padre, nos cuidó en su momento, ¡qué menos que también nosotros la cuidáramos! Y así ha partido de este mundo rodeada del cariño de los que la queríamos y siempre querremos, confirmándose una vez más que “El amor es más fuerte que la muerte”.
Es una cruz dura y difícil de llevar con la pregunta tentadora y el grito de: ¿por qué?. Que cuando se va madurando y entrando en el misterio de Dios, se transforma en otra cuestión más positiva: ¿para qué? Y es cuando uno se dispone a dar sentido a esa situación y a sacar muchos frutos: “Si el grano de trigo no se entierra, no puede dar fruto”.
Una vez superada y controlada la situación te deja una gran paz profunda, porque sencillamente uno cumple con su deber y compruebas que se confirma que “la pasión, la cruz es el camino de la vida, de la Resurrección”.
El miércoles, día 9 de abril a las 10.45 de la mañana de modo plácido y sereno dejó de respirar. Yo le acompañe junto a mi hermano Pepe en ese momento de tránsito y confortada con los Santos Sacramentos. Me ocurrió lo mismo con mi padre que acompañado por ella, ahora tuve la suerte también de besarla en esa despedida tan dolorosa en la que partió de esta vida al Padre. Descanse en paz.
El día 10 de abril se celebró en la Parroquia de San Francisco Javier – San Antón, su parroquia, la misa funeral por su eterno descanso, presidida por el obispo de la Diócesis, D. José Manuel Lorca Planes, amigo de la familia y concelebrada por un gran número de sacerdotes a los que también en ese momento les expresé mi gratitud.
Con la muerte de mi madre hemos sentido tristeza, sobre todo los que la hemos tratado muy de cerca y durante tantos años; pero también alivio y descanso porque la ponemos en las manos de Dios Padre y Misericordioso.
Una vez más os expreso a través de este escrito, lo he hecho de modo personal y a través de las redes sociales, mi gratitud y el de mi familia por tantas muestras de afecto, cariño que han ido acompañados de oración por nosotros y por nuestra madre para que descanse en paz: “Que descansen de sus fatigas, pues sus obras les acompañan”.
Contad con mi oración, cercanía y amor afectivo y de modo especial por las familias que estáis viviendo situaciones de dolor y sufrimiento. Gracias por vuestra oración y afecto. Un abrazo.
Salvador Soler Chico
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