Por D. Salvador Soler Chico
Párroco de Cristo Rey
Murcia
Queridos hermanos en Cristo,
Hoy nos reunimos en esta parroquia con un sentimiento de profundo pesar, pero también de esperanza. Expresamos nuestras más sinceras condolencias a Araceli, a su hijo Javier, a sus familiares, amigos, compañeros, antiguos alumnos. Nos une el deseo de orar juntos por el eterno descanso de nuestro querido hermano Paz.
La muerte es una realidad ineludible, una parte del ciclo natural de la vida. Sin embargo, su llegada siempre conlleva dolor, porque el amor que compartimos con quienes parten deja una huella imborrable en nuestros corazones. Pero como cristianos, vivimos este momento con la esperanza de la resurrección y con la certeza de que Dios, en su infinita bondad, nos sostiene en medio del duelo. A través de cada uno de nosotros, que “estamoshechos a imagen y semejanza de Dios”, se manifiesta su cercanía y compasión.
En los días de Navidad, cuando Paz nos dejó, celebrábamos el misterio de la Encarnación: "La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros". Jesús asumió nuestra condición humana desde el nacimiento hasta la muerte, compartiendo nuestras alegrías y dolores. En esa misma fe nos apoyamos hoy, confiando en que la vida de Paz está ahora en las manos amorosas del Padre.
“Ab útero”, desde el seno materno, estaba marcado por la bondad, acompañada de sus despistes, intencionados o no, que le suponían un descanso mental.
El nombre de nuestro hermano no fue una simple casualidad; Paz hizo honor a su nombre. En este día en que celebramos su onomástica y su cumpleaños, recordamos a un hombre pacífico, comprensivo, que fue un consuelo para muchos. Su vida estuvo marcada por la oración de San Francisco: "Señor, haz de mí un instrumento de tu paz". Y así fue: un educador y formador comprometido, que con entrega y vocación dedicó su vida a sembrar valores en los corazones de niños, adolescentes y jóvenes.
Nuestros caminos se encontraron hace décadas en el ámbito de la educación, la formación y el trabajo pastoral. A pesar de los cambios en nuestras responsabilidades y destinos, siempre nos mantuvo unidos la amistad y el aprecio mutuo. Con alegría recordamos cuando Paz y su familia se trasladaron al barrio de La Flota, donde celebramos con gozo el bautismo de su hijo Javier en la parroquia de Cristo Rey.
Hoy, junto a nuestra tristeza, elevamos una acción de gracias por todo el bien que Paz sembró en nuestro mundo. La fe nos enseña que la muerte no tiene la última palabra, porque Dios es un Dios de vida. En su infinita misericordia, Dios no nos abandonó, no dejó a su Hijo en el sepulcro, sino que lo resucitó glorioso. Por eso proclamamos con firmeza: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24,5-6).
El libro del Eclesiastés nos advierte: "No es de sabios decir que los tiempos pasados fueron mejores que los presentes" (Ecl 7,10). Pero sí es sabio mirar al pasado con gratitud. Recuerdo con cariño y emoción a aquel equipo de educadores que formamos junto a D. Miguel Ángel Gil, D. Paz Fernández, D. Juan Sánchez Díaz y un servidor. En medio del bullicio de los niños y jóvenes, cuando alguno de nosotros desaparecía un momento en busca de sosiego, D. Juan solía decir: "Estará en el Soto de Jaar", evocando las palabras del Salmo 131, un lugar de descanso y paz el que nosotros buscábamos.
Confiamos en que nuestro querido Paz haya encontrado ahora su verdadero descanso en ese "Soto de Jaar" eterno, donde Dios enjugará toda lágrima y donde los justos contemplan su rostro. Nos aferramos a la promesa divina: "Dichosos los que mueren en el Señor, pues sus obras los acompañan" (Ap 14,13), “porque los que en ti confían no quedan defraudados”.
Reitero mi gratitud y gozo por haber compartido tantos años de entrega en la educación cristiana. Durante casi cincuenta años, con humildes "palicos y cañicas", nos guiaba una misma ilusión: formar a niños y jóvenes en los grandes valores del humanismo cristiano. Nuestro pilar fue siempre el Evangelio, y nuestro motor, la esperanza y la fe en el futuro.
Como nos enseñaba San Juan Bosco: "Tengamos comprensión en el presente y esperanza en el futuro, como conviene a unos padres de verdad". Hoy podemos ver los frutos de aquella misión en tantas personas que fueron nuestros alumnos y que ahora son padres de familia, sacerdotes, profesionales y, sobre todo, personas de bien, buenas personas.
Nuestro orgullo y alegría está en no haber defraudado la confianza depositada en la educación y formación de aquellos niños y jóvenes.
Con este legado en el corazón, renovamos nuestro compromiso de ser sembradores de bondad, guiados por el ejemplo de nuestro Maestro, Jesús, quien "pasó por el mundo haciendo el bien". Que nuestra vida también sea testimonio de amor, entrega y esperanza.
Descansa en paz, hermano, en la luz del Señor. Amén.
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